jueves, 23 de julio de 2009

Hakone - Ryokans

Uno de los enclaves más turísticos de Japón se sitúa no muy lejos de Tokio, en la prefectura de Kanagawa junto a la frontera con Shizuoka, podemos encontrar un auténtico paraíso para los amantes de los onsens o para los que desean escaparse de la gran ciudad y gozar de unos días de regocijo, entretenimiento y descanso con la familia o amigos. El nombre de este espléndido lugar es Hakone.
Cuando tuve la oportunidad de ir hasta ahí con unos buenos amigos japoneses, sin hallarme afortunadamente en el periplo de perder un avión, parar un tren o atravesar un frondoso bosque en la penumbra de la noche, tuve la ocasión de utilizar transportes mucho menos comunes que permiten realizar la excursión con facilidad, presteza y comodidad. No obstante, como casi todo viaje que tenga lugar en la región de Kanto, el primer paso nos lleva a Tokio, en este caso a la estación de tren de Shinjuku.
Tokio posee uno de los servicios ferroviarios más completos y modernos del mundo, dispone de líneas de tren o JR, líneas de metro y líneas privadas para recorrer la ciudad y prefecturas de alrededores. Pero este servicio tiene un precio muy alto, sobre todo el de la JR, y pocos pueden aprovechar todas las ventajas que supone todas las veces que desearían. Para los que hayan tenido la oportunidad de ir allí alguna vez conocerán la comodidad que supone usar las líneas de la JR con el Japan Rail Pass, viajes gratis sin límite. No obstante para los Tokiotas que no poseen este privilegio, accesible solo para los turistas extranjeros, les es mucho mejor utilizar el metro, más barato que la JR y con mejores horarios, o las líneas privadas que cubran destinos más allá de la gran urbe de la capital. Es justamente gracias a una de estas líneas que se puede emprender el trayecto hasta Hakone.
En la estación de Shinjuku comienza la línea privada llamada Odakyu line, la cual tiene como otros destinos Enoshima, Odawara y Hakone. Como casi siempre sucede en estos tipos de trayectos largos hay trenes más rápidos que otros, saltándose ciertas paradas acortando el tiempo de viaje y aumentando el precio del billete.
Una vez estuvimos en los andenes de la Odakyu line, cogimos un tren express que nos llevaba a la estación de Odawara, una de las paradas finales de la línea. El trayecto aunque largo fue bastante ameno gracias en parte a las conversaciones que tuvimos mientras picábamos algo. Cuando llegamos a Odawara hicimos transbordo a otro tren perteneciente a la Hakone Tozan Line, o comúnmente llamada Totsudosen y que pertenece a la misma Odakyu Line, un tren mucho más sencillo pero con cierto encanto que nos llevó hasta la parada final de Gora.
En Gora hicimos una pequeña parada en el camino dado que desde ahí teníamos que coger un funicular que nos llevara hasta nuestro destino, pero como teníamos tiempo hasta la salida del siguiente trayecto, decidimos hacer un poco de turismo por la zona. Era el mes de febrero y a esa altura el frío y la niebla se hacían más que evidentes, no muy lejos de la parada de tren había un pequeño puesto donde vendían amazake caliente, éste es un brebaje con base de arroz fermentado que por lo general no lleva alcohol y que tiene un sabor un poco dulce. Justamente la noche anterior había podido disfrutar de un nomihodai con otros amigos japoneses en Shibuya, los nomihodais son como buffets libres de bebida, durante una o más horas uno puede beber lo que quiera a un precio fijo, esa noche estuve bebiendo cervezas, hoppis (cerveza con sochu), whisky y atsukan (sake caliente) hasta acabar como una cuba, por eso en el momento en que escuche la palabra amazake el dolor de cabeza causado por la resaca de la noche anterior me volvió con fuerza, pero al explicarme que no llevaba alcohol opté por probarlo. La verdad es que estaba bastante bien, tenía un sabor suave y exquisito, me calentó el cuerpo y tuvo una reacción bastante positiva sobre el estómago que aún sufría de la noche anterior.
Al cabo de un rato, nos dirigimos hacia el funicular y compramos los billetes pertinentes, porque aunque esta línea especial del funicular pertenece a la Tetsudosen hay que pagar un billete aparte que no cuesta más de 240 yenes. El trayecto aunque fue bastante corto no por ello fue menos interesante, la gente tanto desde dentro como desde fuera no paraban de hacer fotos del tren de montaña en funcionamiento. En seguida llegamos a nuestra parada, la estación de Nakagora, desde allí hasta nuestro ryokan donde nos íbamos a hospedar no habían más de 5 minutos andando, cosa que resultó ser bastante cómodo.
El ryokan tenía el aspecto de muchos otros, es decir una especie de hotel mansión de estilo japonés, aunque también se pueden encontrar ryokans con apariencia de casa de la montaña europea. Dentro la decoración sobria y elegante predominaba, provocando una sensación desde el principio de descanso y serenidad. Después de dar nuestras referencias en el mostrador nos guiaron hasta nuestra habitación, por el camino pude ver un inmenso comedor karaoke, donde seguramente los huéspedes se reunirían para pasar unas noches amenas con buena comida y bebida mientras aprovechaban la oportunidad para demostrar sus dotes con la canción. Al llegar a la habitación vimos que era totalmente estilo japonesa, bastante grande, bien iluminada por grandes ventanales de madera, suelo de tatami, un pequeño tokonoma desde donde colgaba un kakemono, sobre el washitsu un ikebana más un teléfono, al lado un armario de puertas correderas y enfrente, más a la izquierda un pequeño espacio tras unas puertas deslizantes de estilo japonés, desde el cual sentado desde una de las dos butacas que flanqueaban el lugar se podía disfrutar del espléndido paisaje de la zona. No faltaban otras prestaciones como televisión, aire acondicionado y lavabo. Sin embargo, un detalle que me llamó bastante la atención fue que habían tres yukatas típicos de ryokans preparados para nosotros.
Después de una ligera conversación con una de las encargadas, que no iba más allá de querer saber si queríamos comer antes o después de una visita a los onsens, y de destacar que era el primer español que tenían en el ryokan, nos preparamos para ir a disfrutar de los onsens enfundados en nuestros yukatas.
En la antesala de los onsens habían varias cestas bordadas con tiras de madera donde poder dejar la ropa y pertenencias, para así pertrecho de una toallita y utensilios de higiene personal entrar en la sala de los onsens.
La sala era bastante grande, dominaba la tonalidad azul mezclada con los típicos vapores que emergen de estas aguas termales naturales, habían sólo dos personas en la sala, y las dos dentro del onsen, sin embargo en seguida pude ver que tras las mamparas de cristal empañadas por la condensación de la humedad se podía vislumbrar un recinto exterior donde se hallaba un rotenburo, un onsen al aire libre, enfrente nuestro, al otro lado del recinto, había una puerta de cristal que daba a él. Allá se encontraba otro hombre disfrutando de la mejor combinación que te puede otorgar este tipo de recintos, relajación y gozo del paisaje. Normalmente, la decoración en este tipo de lugares cumplen con el estilo zen, con lo cual todo está preparado para transmitir paz y tranquilidad.
Una vez nos hubimos lavado y hubimos disfrutado de unos minutos en el onsen interior, nos dirigimos hasta el rotenburo, desde donde pudimos ver ya anochecer mientras una sensación de sosiego y serenidad nos iba consumiendo. Aunque pueda parecer extraño, la estancia en un rotenburo en pleno invierno no comporta ningún tipo de incomodidad, el agua esta suficiente caliente para que la sensación de frío no se haga notar, y que su presencia sea imperceptible incluso al salir del agua.
Después de pasar un tiempo de relajación absoluta decidimos salir y volver a nuestra habitación, nos pusimos los yukatas y salimos de la antesala del onsen cuando ya no quedaba nadie y éramos los últimos del lugar. Al llegar a nuestra habitación, nos estaba esperando ahí nuestra compañera, que había ido al onsen femenino, y que como nosotros estaba totalmente relajada. Mientras estábamos viendo la televisión, una de las encargadas llegó para comentarnos muy educadamente si queríamos comer ya, y por supuesto dijimos que sí. Inmediatamente entró un hombre provisto de una mesa que puso minuciosamente en el centro de la habitación, después otros empleados ordenadamente llegaron surtidos de todo tipo de comida japonesa de lo más tradicional, para finalmente tener la mesa completamente llena de deliciosos manjares, una escena digna de reyes. Aunque por regla general en Japón al cliente se le trata exquisitamente bien, en pocos sitios como en algunos ryokans los clientes son tratados como auténticas deidades. La comida constaba de tempura, yakimono (carne a la plancha), sashimi, tsukemono (comida encurtida y cortada en trozos pequeños) y suimono (bol de sopa normalmente sin fideos), destacando por encima de todo el plato de nabemono llamado shabushabu, lonchas de carne cortadas muy finamente que se introducen en agua caliente en un corto período de tiempo antes de comerlas, en nuestro caso con dos pasadas que le diéramos a la carne en los recipientes de agua muy caliente que teníamos en la mesa, y que mantenían la calor gracias a unas velas que tenían debajo, era suficiente para que estuviese realmente deliciosa. Con este panorama disfrutamos de una exquisita cena y de una agradable conversación que aún perdura vivamente en mi memoria. Tras terminar de cenar, de la misma manera ordenada, educada y minuciosa con la que nos habían traído la comida, recogieron todo. Antes de dormir, estuvimos viendo un poco la televisión, estaban emitiendo un programa donde explicaban las dificultades que tenían los vecinos para quitar la nieve del tejado y entradas de sus casas en la ciudad de Niigata, en la prefectura del mismo nombre, en la parte más al noroeste de la región de Chubu.
No paso mucho tiempo antes que sacáramos nuestros respectivos futones y nos pusieramos a dormir plácidamente.

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